segunda-feira, 16 de novembro de 2009

Él Paraguay - por Arturo Peña












A manera de introducción

Se lo debía de hace rato. Mi querida amiga Cynthia me había pedido unas líneas para acompañar las lindas fotos que hizo durante su paso por Asunción, ocasión en que tuve el placer de conocerla. Y luego conocer también sus poemas, que son una extensión de ella. Y bueno, aquí están: humildes, quizás pocas para explicar este universo de poco más de 400 mil kilómetros cuadrados que es el Paraguay, pero líneas al final que llevan todo mi afecto (quizás esto les de también una pequeña muestra de esa particular relación que tenemos los paraguayos con el tiempo… Por ejemplo, cuando te digo: “mañana”, puede ser cualquier mañana… pero finalmente amanece).

Historias de una misma sangre

Cuenta la leyenda que del gran diluvio universal del que había anunciado el profeta Tamandare, solo sobrevivió una familia, a la que le fue asignada por Tupa (Dios) la misión de repoblar la Tierra. De esta familia de indígenas carios nacieron los hermanos Tupi y Guarani. Los hermanos crecieron fuertes en las inmensas selvas americanas, cultivando la tierra, cazando y protegiendo el paraíso natural que les rodeaba. Tuvieron sus esposas e hijos y compartieron el hogar.
Sin embargo, debido a disputas entre sus familias, pactaron separarse. Fue así que Guarani se dirigió hacia las tierras del sur, dando origen a los Pueblos que conocemos como los Guaraníes en Paraguay, noroeste de la Argentina y sur de Brasil. Mientras que Tupi llevó a su familia a poblar los territorios que hoy corresponden al Brasil y hacia el norte del continente. Así, según la leyenda, nacieron las dos familias carias más importantes de esta parte del continente, razas libres, fuertes e independientes, que dominaron el territorio hasta la llegada de los españoles.
Es por ello que lo que pueda contar de mi país es en realidad parte una misma historia, de una misma sangre que corre por nuestras venas, esas “venas abiertas” de Eduardo Galeano, que nos recorren de norte a sur y de este a oeste.
En Paraguay, nuestra sangre guaraní está muy presente, en el cotidiano, cuando subimos al bus para ir al trabajo, cuando salimos a comer algo, en el hogar. Está presente en nuestra forma de ver la vida, el día a día. Porque está presente en nuestra palabra.
El idioma guarani –lengua oficial del Paraguay junto con el español- es una de las grandes riquezas de nuestro pueblo. Es el cable de conexión con nuestros antepasados y es nuestra identidad hoy. Hablado de forma más pura y por la gran mayoría de la población en las zonas rurales, el guarani, en su forma urbana, se lo conoce como “jopara” (que significa: mezcla, en guarani), que es una fusión de una base hablada en guarani con vocablos en español insertados, sin una regla aparente. Por ejemplo: Jaha estadiope (Vamos al estadio: donde a la palabra estadio se le agrega la terminación “pe”, que vendría a cumplir una función de especie de adverbio de lugar).
El jopara se escucha en todas las esquinas, en las rondas de encuentro, donde tampoco falta el “terere”, una infusión de yerba mate con agua fría –sería un chimarrão con agua fría-, bebida muy tradicional del Paraguay, que tendría que ser, a mi criterio, incluido entre los símbolos nacionales, por lo menos. El terere en el Paraguay es casi vital. La utilización de la yerba, heredada de nuestros padres guaranies, es un verdadero aliciente en la época estival debido a las altas temperaturas y acompaña al paraguayo vaya a donde vaya, al estadio para ver un partido de fútbol o al trabajo (en momentos que se escriben estas líneas tenemos 34 grados de temperatura, en pleno noviembre. Obviamente, tengo mi terere aquí al lado…).
Si recorremos la historia del Paraguay, vemos que es una historia de sacrificio, como toda la historia latinoamericana. Es la vida de un pueblo que sigue cicatrizando hasta hoy, debido a que se sigue dañando sobre sus viejas heridas.
La Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) marcó a fuego nuestra historia. El conflicto, al que el escritor brasilero José Luis Chiavenato bautizó como el “genocidio americano”, enfrentó al Paraguay contra los ejércitos unidos de Argentina, Brasil y Uruguay, en una guerra sangrienta. Los grandes intereses del capital internacional llevaron a estas naciones hermanas a la confrontación, dejando para el Paraguay un saldo devastador, con el exterminio de casi toda la población, el robo de su territorio anexado por Brasil y Argentina, y la pérdida de su soberanía. Un país en ruinas. Una nación truncada. Y una nueva historia que se abría hacia un futuro incierto. De esta guerra se desprenden los grandes latifundios de tierras, vendidas por migajas para pagar los costos de la guerra, adquiridas por empresas y terratenientes extranjeros. La injusta distribución de la tierra sigue constituyendo hoy uno de los principales problemas sociales y económicos en el país.
Hoy el Paraguay trata de levantarse de otro periodo nefasto de su historia: la dictadura militar del general Alfredo Strossner, quien mantuvo al pueblo oprimido bajo un régimen de 35 años, que dejó centenares de muertos, desaparecidos y torturados, y sentó las bases para que su partido político, el partido Colorado, continuara en el gobierno por casi treinta años más.
Seis décadas de gobierno Colorado cayeron el pasado año, con la elección como presidente del Paraguay de Fernando Lugo, un ex obispo de la iglesia católica, hombre con un pasado de lucha social en una de las zonas más pobres del país, el departamento de San Pedro, quien surgió como una alternativa para una población harta de la corrupción política.
Los nuevos tiempos no vienen fáciles. Lugo está en la complicada misión de pelear, sin un respaldo político sólido, contra la estructura colorada, ahora en la oposición, que sigue activa a pesar de no ser gobierno y que ha puesto en marcha la maquinaria de la desestabilización. Hoy, la discusión política gira en torno a un intento de juicio político al presidente Lugo impulsado desde el Congreso. Un escenario de inseguridad social creado y alimentado por los medios de comunicación en manos de la derecha, ante el temor al perfil socialista del nuevo mandatario.
Augusto Roa Bastos, nuestra figura literaria más importante, definió al Paraguay como “isla sin mar”. Ciertamente, nuestra condición de país mediterráneo nos hace una especie de país para adentro. Poco se sabe quizás de lo que está pasando dentro de estas fronteras, pero no les miento si les digo que el futuro de una nueva historia latinoamericana, una nueva era que aspire a la justicia social y la igualdad, se puede estar jugando en parte aquí.
El terere se va acabando con estas líneas, que tratan de contar brevemente –y si me extendí más de la cuenta, mis disculpas- algo sobre mi país.
Otra de las características de nuestra gente es su hospitalidad, que espero la hayan podido sentir aquellas personas que ya nos visitaron. Por ello, entonces, les invito a cordialmente a que se vengan cuando quieran.
Tienen una casa en Paraguay.